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La pyme guipuzcoana lidera este nicho de mercado desde una apuesta clara por la I+D, una marcada segmentación y la internacionalización

Con apenas 30 años y un maletín cargado de ilusión, José Muñoz, ingeniero mecánico forjado en los 80 en la universidad de TECNUN, fundó Oribay Group, una firma con sede en el polígono de Igara (Donostia) cuya actividad está focalizada en todo lo relativo a la conducción autónoma, especialmente en el diseño y fabricación de sensores que se instalan en los parabrisas. En este nicho de mercado altamente especializado es hoy una referencia mundial. Por su compromiso, capacidad de innovación y crecimiento en todos estos años fue reconocido recientemente con el premio al Mejor Empresario Vasco como impulsor de una ingeniería que desarrolla y fabrica vanguardia tecnológica para el sector del automóvil. Con una apuesta decidida por la I+D (puede destinar a ello más del 25% de sus ingresos) y un centenar de personas en plantilla, Oribay ha abierto mercados en Canadá, Estados Unidos, México, Japón, India y China, donde el margen de crecimiento para este pyme es alto debido al potencial que presenta en el sector de la automoción. “En este país se venden cada año 27 millones de coches”, justifica el fundador de Oribay Group.

¿Qué piezas diría que no pueden faltan nunca en el perfil de un empresario?

La valentía, la visión y el saber rodearse de un equipo potente que tenga tus mismas características. Con esos mimbres y una capacidad coherente a largo plazo hemos podido llegar en Oribay hasta donde estamos hoy.

¿Y dónde están?

En una  empresa con un pasado fantástico y un futuro mejor. Empezamos desde cero en 1994 siendo solo una ingeniería y hoy acumulamos unas posibilidades de crecimiento extraordinarias en todo lo relativo a la conducción autónoma, especialmente en el área del parabrisas.

¿Por qué el parabrisas?

Fue, digamos, una intuición. Pensamos entonces que se convertiría en una parte muy importante del vehículo y, por suerte, no nos equivocamos. Comenzamos a diseñar piezas tecnológicamente muy avanzadas para la época en nuestro departamento de ingeniería como los sensores de lluvia, por ejemplo, y aquello gustó mucho a grandes marcas como Peugeot o Renault.

¿En qué punto se encuentra la empresa en estos momentos?

Ha sido un año muy raro y lleno de incertidumbre. Después del susto de la pandemia en aquel fatídico mes de marzo de 2020 –justo un día antes del cierre empresarial habíamos recibido el premio a la Mejor Empresa Exportadora de Gipuzkoa-, nos quedamos al comienzo sin saber cómo reaccionar, apabullados… Hemos pasado un año complicado y ahora resulta que cuando estamos saliendo con fuerza nos llega el problema de las materias primas, la logística a nivel mundial… Pensamos que hay que hacer de la necesidad virtud y empezar a reinventarse a partir de nuevas ingenierías, nuevos cambios de procesos…

Y además a una velocidad de vértigo…

Ese es uno de los grandes problemas. Fijaros que un microchip que antes comprabas a 0,32€ para fabricar después millones de piezas de componentes, de repente pasa a valer 25€, es decir, se multiplica por 75. Y a eso le añades otro problema como el de los plazos de entrega, ¡que de cuatro días ha pasado a 50 semanas! Como resulta que todo este tipo de piezas se fabrican en China en su gran mayoría y existe un colapso mundial, pues toca reinventarse y además hacerlo rápido.

¿Qué destacaría como valor diferencial de Oribay?

Diría que tenemos unos niveles de ingeniería y de ciencia muy altos. Hemos apostado por ello desde los orígenes de una manera extraordinaria y en ese sentido tenemos mucha capacidad de ser flexibles para adaptarnos al contexto que nos rodea. Lo que pasa es que en líneas generales miras a tu alrededor y ves un montón de empresas que no lo están pasando bien porque la globalización es tan brutal que acaba afectando a las empresas de una manera o de otra. Pensemos que un vehículo tiene 40.000 piezas y que basta que falte una para que no pueda salir de la línea de producción. Es increíble pero es así de real. Todos los componentes están tan interconectados que la dependencia es muy grande.

Y la innovación parece un pasaporte inevitable…

Nosotros lo concebimos así desde el principio, por eso contamos con un equipo de I+D con más de 40 personas que representan cerca del 30% de nuestra plantilla total de 170 profesionales. La idea con la que arrancamos en 2003 con esta filosofía en favor de la innovación sigue siendo la misma, transformar conceptos académicos de investigación en producto final lo antes posible.

¿Algún producto o proceso que marcó un punto de inflexión en la empresa en este sentido? 

Quizá el que desarrollamos en ese año 2003 que señalaba. Iniciamos un proyecto interno para desarrollar un adhesivo estructural de altísimas prestaciones único en el mundo que  nos llevó siete años de desarrollo e investigación y en el que contamos con la colaboración de la UPV/EHU y de Polymat. El resultado fue un adhesivo extraordinariamente potente para pegar en el vidrio el producto tecnológico y que durara un mínimo de 25 años bajo cualquier condición.

Desde 1994 trabajando en favor de la vanguardia tecnológica, fundamentalmente aplicado el sector del automóvil. ¿A qué nos estamos refiriendo?

Al área del parabrisas, por ejemplo. Hace diez o quince años había una simple pieza que servía para sujetar el retrovisor en el interior, y en estos momentos eso ha cambiado por completo, pues en esa caja minúscula pasan un montón de cosas. Hay óptica, sensores, electrónica, conectores, cámaras o sistemas de antirreflexión que nos permiten interactuar con el entorno y el propio vehículo.

¿El Smart bracket camina en este sentido?

Este proyecto es fantástico y marca el futuro de la compañía. Se trata de un soporte inteligente que contiene un alto grado de tecnología en un pack pegado en el parabrisas y que queremos ser capaces de diseñar y desarrollar aquí en Donosti para todo el mundo. Un sistema conectado con el ordenador del coche que fuera capaz de captar toda la información de su alrededor, procesarla y enviarla a la nube.

Fundó la empresa con apenas 30 años sobre la base de la ingeniería y la exportación, pero sin olvidar la figura del cliente, donde todo empieza y acaba…

La apuesta estuvo ahí, es cierto, un nicho de mercado tan concreto y con una segmentación tan clara… Pero salió adelante con mucha perseverancia e insistiendo mucho en la internacionalización. De esta manera se explica que la anterior crisis de 2008 no solo apenas tuvo incidencia sino que nos permitió salir reforzados. ¿Por qué? Por la designación y diversificación geográfica que teníamos (exporta en estos momentos el 99% de su producción). Ese es el beneficio de tener un nicho de mercado muy estrecho y especializado, además de extendido por todo el mundo. Digamos que somos un pez grande en la pecera pequeña que nos da la fuerza necesaria para luchar con compañías multinacionales con 300.000 personas en plantilla.

¿Y con qué otras herramientas se compite en ese escenario?

Por una parte, cumpliendo en tiempo y forma con los plazos. Para nosotros es como la Biblia. Es cierto que son malos tiempos pero nuestra flexibilidad es tremenda, lo cual nos permite una capacidad logística muy potente para llegar a cualquier parte del mundo. Si el cliente necesita el suministro el lunes, se trabaja el fin de semana, y si es para mañana, pues se trabaja por la noche. El compromiso de nuestra gente en este sentido es brutal. Y por otra, destacaría el factor servicio al cliente como determinante para tratar de competir. Nuestra primera factura llegó de Francia en aquel lejano 1994 y a partir de ahí iniciamos nuestra fase de crecimiento en el exterior. Tuvimos que aprender de logística, de servicio y de embalaje para que la mercancía llegara a destino sin problemas y además bajo las estrictas medidas de control del just in time por parte de los grandes fabricantes (PSA, Renault…), lo que suponía y supone una presión enorme. Estar sometido a posibles sanciones económicas en caso de retrasos puntuales hizo que nos tuviéramos que poner las pilas desde el principio y aprender a marchas forzadas. De ahí nace nuestra tremenda vocación de servicio.

¿Qué planes tiene para el corto plazo?

Seguir el rumbo fijado con paso firme. Reinvirtiendo los beneficios en innovación en favor de la conducción autónoma, para lo cual vamos a destinar 20 millones de euros en los próximos tres años para desarrollar piezas inteligentes para el automóvil (nanohilos de plata y grafito, por ejemplo, como alternativa a los calentadores actuales de los parabrisas) que tengan su incidencia en la conducción autónoma y permitan una toma de decisiones lo más eficiente y eficaz posible.

¿Y Elon Musk, vendrá algún día por Igara?

(Risas…) A nosotros nos guía mucho la figura de Elon Musk, el presidente de Tesla y Space X, entre otras compañías. El hecho de que la humanidad vaya a llegar a un planeta como Marte, que está a unos 60 millones de kilómetros de la Tierra, y que exista un visionario que sea capaz de conquistar la ilusión de un montón de gente alrededor de esta idea para desarrollar unas naves que puedan llegar hasta allí, pues es algo que a nosotros también nos estimula y empuja hacia nuestro reto, que es el Smart bracket. Y por eso tenemos que poner la misma ilusión y la misma pasión que pone este hombre.